“Nació en Tucumán el 28 de noviembre de 1795. Falleció en Buenos Aires el 5 de enero de 1857”

 “El señor general Rondeau, en premio de los triunfos mencionados que había yo alcanzado con ese cuerpo formado por mí, a virtud de su orden y en fuerza sólo de la reputación de que yo gozaba, lo disolvió en la plaza de Jujuy, al siguiente día de haber él regresado de Salta, con el Supremo Director del Estado Brigadier Juan Martín Pueyrredón, que acababa de ser nombrado por el Congreso General reunido en Tucumán.

El general Rondeau procedió a dicha disolución a pesar de haberle yo representado que se exponía así a perder la mayor parte de esa fuerza benemérita, como la perdió en efecto; pues, habiéndola repartido ­en diferentes cuerpos, en esa misma noche desertaron más de las tres cuartas partes de ella. Desde allí fui mandado al siguiente día por dicho general a Tucumán, a formar otro cuerpo de voluntarios de caballería.                             .

Habiendo, pues, llegado a Tucumán, salí inmediatamente a la campaña en busca de hombres voluntarios y sin embargo del antecedente que ya tenían de la disolución del otro cuerpo en la campaña anterior, regresé a los pocos días con ciento setenta jóvenes, desde la edad de 18 a la de 25 años, que se me presentaron voluntariamente. Luego que formé el primer escuadrón, el señor general Rondeau que había ya llegado de Jujuy, quiso incorpo­rarme al regimiento de dragones con el objeto de remontarlo, yendo yo en calidad de comandante del segundo escuadrón. Yo me opuse a esta medida y pasé a ver al señor Director, le hice presente el desaire que había recibido en Jujuy del señor general en ­jefe, en la disolución de un cuerpo que yo había formado a costa de la exposición de mi vida, por orden del mismo general yéndome a retaguardia del ejército enemigo, con sólo ocho hombres ­que se me dieron y que eran unos presos, y con el cual había tenido tres espléndidas victorias, contra centuplicadas fuer­zas enemigas y que si en el momento en que después de eso, acaba de formar otro de voluntarios, se trataba ponerme con él, bajo dependencia de otro jefe, yo hacía dimisión de mi empleo y solicitaba mi separación absoluta del ejército.

El señor Director entonces, palmeándome el hombro me dijo: “enhorabuena, valiente La Madrid, desde hoy será usted Teniente Coronel del Ejército y Jefe del Cuerpo, que se denominará Húsares de Tucumán”, y en efecto fui dado a reconocer como tal en la Orden General del Ejército.” (Memorias del General Lamadrid, Biblioteca del Suboficial, Campo de Mayo 1948, editada en base a la Publicación Oficial, Bs As 1895)

“La vida de ese soldado ha inspirado a la pluma original de Sarmiento páginas admirables: nadie como él lo ha retrata­do, nadie como él ha encontrado en la paleta, colorido más bri­llante y apropiado para pintarnos al héroe.

“Es el general La Madrid uno de esos tipos naturales del suelo argentino. A la edad de 16 años, empezó a hacer la guerra a los españoles, y los prodigios de su valor romancesco pasan los límites de lo posible; se ha hallado en ciento cuarenta encuen­tros, en todos los cuales la espada de·La Madrid ha salido me­llada y destilando sangre; el humo de la pólvora y los relinchos de los caballos lo enagenan materialmente y con tal que él acuchille todo lo que se le pone por delante, caballeros, cañones, infantes, poco le importa que la batalla se pierda. Decía que es un tipo na­tural de aquel país no por esta valentía fabulosa, sino porque es oficial de caballería, y poeta además. Es un Tirteo que anima al soldado con canciones guerreras; es el espíritu gaucho, civilizado y consagrado a la libertad. El valor predomina sobre las otras cualidades del general en proporción de ciento a uno. Y si no, ved lo que hace en Tucumán: pudiendo, no reúne fuerzas su­ficientes, y con un puñado de hombres presenta la batalla, no obstante que lo acompaña el coronel Díaz Vélez, poco menos va­liente que él. Facundo traía doscientos infantes y sus colorados de caballería: La Madrid tiene cincuenta infantes y algunos es­cuadrones de milicias. Comienza el combate, arrolla la caballe­ría de Facundo, y a Facundo mismo, que no vuelve al campo de batalla sino después de concluído todo. Queda la infantería en columna cerrada; La Madrid manda cargarla, no es obedecido, y la carga él solo. Cierto, él sólo atropella la masa de infantería; vol­téanle el caballo, se endereza, vuelve a cargar: mata, hiere, acu­chilla todo lo que está a su alcance, hasta que caen caballo y ca­ballero traspasados de balas y bayonetas, con lo cual la victoria se decide por la infantería. Todavía en el suelo le hunden en la espalda la bayoneta de un fusil, le disparan el tiro, y bala y ba­yoneta lo traspasan, asándolo además con el fogonazo. Facundo vuelve al fin a recuperar su bandera negra que ha perdido, y se encuentra con una batalla ganada y La Madrid muerto, bien muerto. Su ropa está ahí; su espada; su caballo, nada falta, ex­cepto el cadáver que no puede reconocerse entre los muchos mutilados y desnudos que yacen en el campo. .. La Madrid acribilla­do de once heridas se había arrastrado hasta unos matorrales, donde su asistente lo encontró delirando con la batalla y res­pondiendo al ruido de pasos que se acercaban: ¡no me rindo! Nunca se había rendido el coronel La Madrid” (Sarmiento, “Civilización y Barbarie“).”

“La Madrid era un joven, tenía 17 años de edad, cuando tomó parte en la famosa batalla del 24 de septiembre de 1812, por la cual Tucumán fue llamada “el sepulcro de los tiranos”. Su conducta en aquella memorable acción de guerra y en la per­secución que se hizo al ejército en derrota de Tristán, fue tan patriótica y tan distinguida, que desde entonces se captó la amis­tad, la confianza y el afecto del general Belgrano. ¡Cómo Tucu­mán no ha de amar la memoria de aquel de sus hijos que fue el predilecto del virtuoso y noble vencedor de la Ciudadela!.” (Del Sr Marcos Avellaneda, Discursos durante la traslación de los restos del Grl Lamadrid a Tucumán)

“Es tanta su fama, tanto se le teme, que después de un com­bate en que el enemigo triunfa, le entregan la montura quitada a su caballo de guerra, muerto en el campo de batalla, ante la advertencia del asistente del general, que les amenaza con perseguirlos hasta Lima si no se la devuelven!

Arrebatado de admiración el brigadier Alvarez, Jefe de las Fuerzas enemigas, en la acción memorable de Cuartos, al ver a Lamadrid con veintisiete soldados resistir a seiscientos de los suyos, exclama:

“No existe entre los patriotas ni entre los españoles un Oficial que se le parezca”. ¡En Tarabuco mil quinientos temen a cua­trocientos de los de La Madrid y no se atreven a batirlo!”

(Dr Alberto de Soldati, Ministro de Hacienda e Instrucción Pública,  Discursos durante la traslación de los restos del Grl Lamadrid a Tucumán)

“Soldado siempre de las nobles causas, se une al partido de las gloriosas tradiciones, al que enarbola la insignia de la civiliza­ción, que es la azul celeste de la patria. Su valor nunca fue igualado, es admirable su te­meridad. Jamás le impone el enemigo, sólo anhela hallarle, le busca sin descanso, no mide sus fuerzas inferiores, en Talina, Las Piedras, el Rosario, el Bañado, Tambo Nuevo, Posta de Cai­za, Yaví; en Cuartos asombra al enemigo resistiendo con vein­tisiete valientes a doscientos soldados de caballería y cuatrocien­tos cazadores, en el cerro Yucas, Mochará, donde combate con nueve soldados, ochenta enemigos, matando veintitrés y apresan­do veintiuno; en Sipe-Sipe, con cincuenta de sus dragones, de­tiene mil hombres varias veces, con sus cargas formidables; en Culpina, atraviesa con ocho soldados las filas enemigas formadas de quinientos infantes y ciento cincuenta caballeros, sin detenerse sino en la retaguardia de sus adversarios; en Tarija derrota cien­to cuarenta soldados con treinta y tres de sus famosos “húsares de la muerte”; en una retirada hacia Potosí, por la quebrada de Pil­comayo, con setenta húsares detiene el grueso de la numerosa fuerza enemiga siempre que es necesario para salvar la artille­ría; en Santiago con ciento treinta de los mismos domina a sete­cientos revoltosos; en el Tala manda atacar y no es obedecido, en­tonces el héroe carga solo, contra doscientos infantes, haciendo tales destrozos entre ellos que parece mentira fueran obra de una sola mano … pero, no terminaría señores, si fuese a continuar ci­tando todos los asombrosos encuentros; es que no se sabe qué ad­mirar más, si la fuerza de su corazón o el poder de su brazo, si su valor o su resistencia, si lo extraordinario de sus victorias o su fe invencible en sus soldados, como él abnegados, como él mártires.” (Dr Alberto de Soldati, Ministro de Hacienda e Instrucción Pública,  Discursos durante la traslación de los restos del Grl Lamadrid a Tucumán)

“Los pueblos se honran a sí mismos cuando saben tributar a sus héroes los homenajes de su admiración y su gratitud.

La Madrid, soldado y guerrero, representa una época que el pueblo argentino debe conservar en su memoria.

Fue el héroe, por sus hazañas, su arrojo y su influencia, de una doble emancipación política y social.                                                                                

Compañero de nuestros primeros patriotas, sirvió bajo sus órdenes la causa de la independencia americana.

Agente activo, de primera fila, sirvió a la causa de la eman­cipación social contra la anarquía y el caudillaje.

Su nombre ha repercutido siempre como modelo de heroísmo en el corazón de los argentinos.           

Dotado de una organización poderosa y ardiente, había na­cido para la guerra.

El ruido de las armas despertaba en su espíritu el ardor be­licoso que parecía brotar de la masa de su sangre, como un impul­so irresistible.

Su cuerpo humano parecía un cuerpo de fierro adonde las ba­las se estrellaban sin destruir las fuerzas poderosas de su organi­zación.

Cubierto de sangre y de heridas, las tapaba con su propia ma­no para emprender de nuevo el combate sin temer al desfalleci­miento y a la muerte.

Su cráneo surcado por hondas cicatrices, está revelando sus hazañas.” (De La Democracia, de Tucumán, del 27 de noviembre de 1895)

“Antes de la batalla, La Madrid había peleado con sólo 9 dragones y veintidós enemigos en Colpayo tomándolos prisione­ros, y después de ella se distinguió cargando dos veces con sólo treinta a más de ochenta que mandaba el bravo coronel Castro.

Desde Moraya, el general Belgrano desprendió bandas y mon­toneras con el objeto de hostilizar al enemigo triunfante; y es aquí precisamente que comienza esa interminable cadena de he­roicidades de La Madrid que fue uno de los elegidos.

El 24 de octubre sostiene el conocido combate de Tambo Nue­vo con doce dragones, contra una compañía de cazadores enemi­gos. Hubo de rendirlos, pero las primeras claridades del alba des­cubrieron sus escasas fuerzas y debió retirarse llevándose once prisioneros que habían tomado los bravos Dragones Gómez, Zala­zar y Albarracín.

Empero, como el oficial enemigo abandonara el campo. La Madrid volvió al desempeño de su comisión avanzando nueva­mente sobre el adversario. Al avance de todo el ejército contra­rio, se retiró, tiroteándose continuamente con la vanguardia.

En Ayohuma (14 de noviembre) fue derrotado por segunda vez nuestro Ejército, y La Madrid compartió con sus hermanos de armas esa desgracia.

Al emprender la retirada, Belgrano le confió una cortísima partida y la honrosa comisión de vigilar los movimientos del ene­migo. Libró algunos pequeños encuentros como el de Quirbe, in­corporándose después al cuartel general, de donde fue enviado a Tucumán a crear un escuadrón de caballería, que muy pronto organizó.

San Martín reemplazó a Belgrano en el mando en jefe, y nombró a La Madrid su edecán, regalándole su espada, “dicién­dome, -asegura el obsequiado-, que era la que le había servido en San Lorenzo”.

Pasó a servir, ya de capitán, en la vanguardia con Güemes y avanzó hasta Jujuy, después de pelear a una fuerte partida de Marquiegui a inmediaciones del río delas Piedras. Cerca de La Quiaca tuvo un encuentro con una fuerza de seiscientos hombres y se retiró tiroteándola por espacio de cuatro leguas, así como sostuvo otras en los Cangrejos y Rinconada, donde con el bravo capitán Escalada batió al enemigo, siendo ambos ascendidos a sargentos mayores por el nuevo general en jefe, Rondeau.

Peleó en Puesto del Marqués (17 abril de 1815) y en la per­secución con escasísima tropa, batió a sesenta enemigos tomán­doles veinte prisioneros.” (De La Ilustración Sud Americana, de Buenos Aires, noviembre de 1895)